La
persiana estaba bajada, por las pequeñas ranuras entraba la luz de
la luna. Alargaba la mano para poder tocarla, pensando que eran
barras sólidas de plata que podrían ser arrancadas, pero no era
así, pues se escapaban de entre mis dedos cada vez que intentaba
cogerlas. Sentado en aquella silla, mis remordimientos cada vez eran
peores, dentro de mi cabeza se libraba una batalla de pensamientos.
Una voz que salía de lo más profundo de mí ser me decía que no me
moviera, que dejara todo como estaba, que no me olvidara del lío
donde me metería si lo contaba. Esta voz me tranquilizaba y cada vez
que la oía una sonrisa surgía en mi rostro. El problema no era ella
sino la otra voz que también oía y que se hacía llamar conciencia.
Esta me decía que no me quedara callado, que por lo menos ella,
merecía saberlo. Algo me extrajo de mi mundo de palabras, pues
extraños ruidos surgían de detrás de la puerta, al principio eran
pequeños golpes, pero estos golpes iban aumentando, mi corazón se
aceleraba, ¿quién sería?, ¿me habrían descubierto?. Tenía que
hacer algo y rápido. Y sabía muy bien que era, terminar con mi
debate antes que aquellos golpes, se convirtieran en algo material
que entrara en la habitación. Me levanté de la silla y empecé a
dar vueltas por la habitación, aquellos ruidos me estaban volviendo
loco. Dando vueltas como un animal enjaulado, vi encima de la mesa
una nota, me acerque a ella sabía que la había visto muchas veces,
pero quise leerla una vez más. El volver a tenerla en mis manos, y
echarle un vistazo, me hizo tomar la decisión que hasta entonces
como un cobarde había querido ocultar, en lo más profundo de mi
caverna mental. Entre en la habitación en la que estabas tú y me
dirigí hacia ti, te lo iba a contar todo, antes de que aquellos
golpes me lo impidieran. La habitación estaba a oscuras, pero por
una pequeña abertura entraba la luna, que iluminaba tu rostro
pálido, tumbado en la cama. Aquel rostro era hermoso, aunque el
color ya lo había abandonado hace tiempo. Me arrodille a tu lado y
te cogí la mano, estaba fría, pero no me importo. Acerque mí cara
a tu oído, tenía que dejar fluir las palabras, romper el dique que
las taponaban, ya que no aguantaba más y empecé a susurrártelas:
“Perdóname
no quise hacerlo, la luna me obligó a matarla, no digas nada, tu no
la conoces, pero su sola presencia me volvía loco, no digas nada sé
que me lo vas a recriminar, sé que me vas a decir que quitar la vida
a alguien no es la manera de solucionar las cosas, lo sé pero ya no
aguantaba más, sé que no me vas a perdonar y tampoco lo busco, solo
quiero contártelo. Quiero estar tranquilo y que tú lo sepas, no
pienses que tenía un romance con ella solo éramos conocidos, que no
podían convivir, pero que estaban obligados hacerlo, solo te digo
una cosa, y espero que me creas, te quiero, después de lo que
hecho”.
Los
ruidos se convirtieron en golpes y los golpes en estruendo. Dos
figuras uniformadas tiraron la puerta, y se dirigieron a la
habitación donde nos encontrábamos. La escena que vieron les
resultó aterradora a la vez que dantesca. Tumbada en la cama se
encontraba el cuerpo de una mujer que debería llevar tiempo muerta
pues ya se veían en su cuerpo rastros de putrefacción, arrodillado
a su lado la figura de un hombre, dándole un beso en la mejilla. Una
de las figuras se acercó y cogiéndole por debajo del brazo le
obligó a levantarse. Le miro a los ojos e iba a decirle algo, pero
no merecía la pena, pudo observar en sus ojos no estaba en aquel
mundo, en aquel cuerpo.
Aquellos
golpes que se habían convertido en algo material, me sacaban de la
habitación, donde tú te encontrabas, una sonrisa se dibujó en mi
rostro, y aunque mi conciencia había ganado y te había contado lo
que había sucedido, mi lado oscuro y tenebroso me decía:
” Ella
ya lo sabe, pero nunca más se levantara de esa cama, perdimos una
batalla, con nuestra conciencia, pero habrá mil guerras por ahí que
librar y yo te ayudaré en ellas ”.
Una
gran risa surgió de mi garganta que heló la sangre, de las dos
personas que me sacaban de allí. Los rayos de la luna, iluminaron mi
rostro, lleno de arañazos producto de la pelea entre mi lado oscuro
y mi conciencia.