Alma
ausente
No
te conoce el toro ni la higuera
ni
caballos ni hormigas de tu casa.
No
te conoce tu recuerdo mudo
porque
te has muerto para siempre.
No
te conoce el lomo de la piedra,
ni
el raso negro donde te destrozas.
No
te conoce tu recuerdo mudo
porque
te has muerto para siempre.
El
otoño vendrá con caracolas,
uva
de niebla y montes agrupados,
pero
nadie querrá mirar tus ojos
porque
te has muerto para siempre.
Porque
te has muerto para siempre,
como
todos los muertos de la tierra,
como
todos los muertos que se olvidan
en
un montón de perros apagados.
No
te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo
canto para luego tu perfil y tu gracia.
la
madurez insigne de tu conocimiento.
Tu
apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La
tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará
mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un
andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo
canto su elegancia con palabras que gimen
y
recuerdo una brisa triste por los olivos.
Soneto
de la guirnalda de rosas
¡Esa
guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!
¡Teje
deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!
que
la sombra me enturbia la garganta
y
otra vez viene y mil la luz de enero.
Entre
lo que me quieres y te quiero,
aire
de estrellas y temblor de planta,
espesura
de anémonas levanta
con
oscuro gemir un año entero.
Goza
el fresco paisaje de mi herida,
quiebra
juncos y arroyos delicados.
Bebe
en muslo de miel sangre vertida.
Pero
¡pronto! Que unidos, enlazados,
boca
rota de amor y alma mordida,
el
tiempo nos encuentre destrozados.
Soneto
de la dulce queja
Tengo
miedo a perder la maravilla
de
tus ojos de estatua, y el acento
que
de noche me pone en la mejilla
la
solitaria rosa de tu aliento.
Tengo
pena de ser en esta orilla
tronco
sin ramas; y lo que más siento
es
no tener la flor, pulpa o arcilla,
para
el gusano de mi sufrimiento.
Si
tú eres el tesoro oculto mío,
si
eres mi cruz y mi dolor mojado,
si
soy el perro de tu señorío,
no
me dejes perder lo que he ganado
y
decora las aguas de tu río
con
hojas de mi otoño enajenado.