La abeja


  La peor pesadilla para un escritor, o para alguien que pretende serlo, es la falta de inspiración. El mirar a tu alrededor y darte cuenta que no hay nada que te llene la cabeza de letras. Poner una palabra sobre el papel y que a esta no le acompañe otra, sino un espacio en blanco que no sabes rellenar, por más que exprimas tu materia gris. No sé si es bueno buscar estas palabras perdidas en el fondo de una botella, pero aquella tarde fue la única opción que encontré. Realmente no tenía ganas de beber, pero siempre que intento escribir, es como un rito cuando la inspiración no llega. Allí delante de mí se encuentra mi libreta con anillas, un lápiz, una goma y un sacapuntas. Me gusta escribir en papel y borrar las palabras con goma, formándose esas virutas negras, de aquello que antes fueron letras, sabiendo que nunca las podré recuperar, pero que en algún momento allí estuvieron escritas. Mientras tanto el sacapuntas me recuerda lo que escribo y lo que consumo, depositadas en el cenicero junto a las colillas apagadas. Y todo esto para llegar al principio, a la bebida alcohólica que se encuentra a mi lado cuando las ideas no brotan. Como estas no salían a un vaso le siguió un segundo, y a esté un tercero...... hasta que perdí la cuenta. El papel seguía en blanco y todo daba vueltas a mi alrededor, o el mundo había decidido ponerse a girar o yo me había puesto a dar vueltas al mundo no estaba seguro. Cuando ya estaba a punto de rendirme una figura empezó a volar hacia mí. Al principio era pequeña, como perdida en la lejanía, pero cuando quise darme cuenta la tenía delante mío. Al principio me costo reconocer que era y cerré los ojos varias veces, hasta que conseguí identificar aquel ser volador que se encontraba allí, era una abeja. Sus ojos de insecto me estaban mirándome, retándome a no apartar la mirada de ella.  Mi primera reacción fue espantarla alejarla de mí, en ese momento me di cuenta de su tamaño, era descomunalmente grande para ser una abeja corriente, y seguía mirando, estudiando.......

- ¿ Qué quieres de mí? - le dije.

Que extraña fue mi reacción, tenía una abeja gigante delante de mis ojos y lo único que se me ocurría era preguntarle como si me fuera a responder.

- De ti no quiero nada, solo me gustaría tener una pequeña charla sobre la muerte.

Casi me caigo de la silla del salto que di, me estaba hablando un insecto. Mire a mi alrededor por si hubiera una cámara oculta, pero allí solamente había dos objetos, ella y yo. Decidí contestarle aunque pareciera una locura.

- Sobre la muerte - hice una pausa - es la primera vez que hablo con un insecto y no sé que es lo que pretendes que te conteste. No se nada de vosotras y menos aun el concepto de la muerte que tenéis y menos el de la vida para unos seres tan pequeños.

No sé si escucho mis palabras, o no eran estas las que quería oír, solo sé que siguió hablando.

- Porque tengo que morir después de pincharos con mi aguijón, porque tengo que morir para proteger mi colmena. La muerte es el camino que tengo que seguir si quiero defender el lugar donde vivo, incluso tengo que morir a veces sin saber  lo que defiendo, solamente por el hecho de ser una abeja.

Se hizo un silencio, estaba esperando una respuesta, a la cual yo no le encontraba respuesta.

- No sé qué decir, no soy una abeja.

- Una respuesta  muy simple viniendo de un escritor, esperaba de ti palabras más elocuentes y llenas de florituras que le dieran un sentido a mi existencia.

- La verdad es que me has cogido en un momento de poca inspiración, además estoy hablando con una abeja y eso no es muy normal.

- Tampoco tiene que ser normal que yo tenga que morir por ser una abeja.

- Será porque es ley de vida y la naturaleza lo planteó así.

- Pues que mierda de naturaleza, que a mí me hace morir y a vosotros os deja vivir y hacer lo que queráis, sin ningún tipo de contraprestación.

Tenía razón en sus palabras y reflexione durante un rato, encontrando al final una respuesta.

- Nosotros también tenemos nuestro propio aguijón y se llama conciencia, cuando algo hacemos mal, se nos clava en nuestro cerebro y este dolor aunque no nos mata de forma eminente nos hace sufrir y en algunos casos nos puede producir la muerte.

- No os mata al instante.

- Pero nos hace sufrir durante toda nuestra vida, y no sé si es mejor una muerte instantánea o eta muerte lenta y dolorosa.

-  ¿Y todos los humanos la tienen?  .

- Todos la tenemos, el problema es que algunos la esconden en su interior, y parece que no les afecte, pero a la larga les pasa factura.

La abeja dio un par de vueltas a mi alrededor y note el batir de sus alas en mi rostro, me estaba observando. meditando sobre mis palabras.

- Puede ser que no seamos tan diferentes - dijo la abeja.

- Eso parece.

Volvió a moverse a mi alrededor, y note que la nariz me picaba, por el polen que se desprendía de sus patas.

- No sé si tengo la respuesta que buscaba. Tampoco creo que haya encontrado el sentido de lo que hago, en la conversación que hemos tenido. Lo que me gusta es que no soy el único ser que tiene un aguijón que le afecta en su vida - Y dicho esto comenzó alejarse.

No sabía si aquello había sido una pesadilla o una realidad que se repetía en mi cerebro, solo pensaba en una cosa si fuera un sueño quería ya despertar.

De repente la abeja se volvió y comenzó a dirigirse hacia mí. Su mirada era de locura, como si tuviera que acabar algo. Su abdomen se flexionó y sacó su terrible espada, intente apartarme pero tenía los pies enterrados en la tierra, lo que me impedía correr. Cuando ya se encontraba a milímetros de mi cara, pude oír como me decía:

- Lo siento, pero mi naturaleza me hace ser así.

Desperté de un salto, mi cabeza estaba sobre la mesa y un fuerte dolor notaba en la mejilla. Me incorpore y en un acto reflejo me toque dándome cuenta que la tenía hinchada. Me aleje de allí corriendo, sin darme cuenta que sobre la mesa una abeja había muerto.

0 Comentarios